Buscar este blog

viernes, 1 de noviembre de 2013

FIDELIDAD ♥ Autor: Faustino de Jesús Zamora Vargas

Cuando pienso en la fidelidad de Dios me vienen a la mente un montón de hermosos versículos que resumen el carácter fiel de nuestro Señor. Pero hay uno que parece un canto del Señor al corazón del hombre infiel. Dice la Palabra: “Los montes se moverán y los collados temblarán, pero no se apartará de ti mi misericordia ni el pacto de mi paz se romperá”. (Is 54:10). Sí, somos como las colinas y los montes. Dios nos afirma y nos alienta a cada paso, pero cuando llega la hora y el día malo, temblamos, nos derrumbamos y olvidamos su promesa de fidelidad. Aun mostrando indolencia e ignorando sus preciosas promesas, nos dice que su ayuda y provisión nunca nos va a faltar. Nada parece retratar tan grandemente el carácter de Dios y su relación con sus hijos como su fidelidad, que es intemporal y sempiterna. “Cada mañana se renuevan sus bondades; ¡muy grande es su fidelidad!” (Lm 3.23)
Es difícil descansar en la fidelidad de Dios si vivimos de espaldas a la Palabra y descuidamos la comunión con nuestro Señor. Cuando nuestra fe sufre la prueba de las caídas en nuestro diario caminar, cuando fallamos y deseamos huir de la presencia de Dios procurando ocultar el pecado tras hojitas de higuera, sus misericordias y su fidelidad nos demuestran que a pesar de las ingratitudes y deslealtades, Él permanece fiel. “Pero el Señor es fiel, y él los fortalecerá y los protegerá del maligno” (2 Ts 3.3).
Él es digno de confianza, pero la contrariedad en nuestro corazón está en que dudamos de esa fidelidad y derrumbamos los muros de nuestra fe. “Si somos infieles, él sigue siendo fiel, ya que no puede negarse a sí mismo” (2 Ti 2:13).Dios ha resistido con paciencia a través de los siglos las recaídas de la fe de sus hijos y ha exaltado a aquellos que han sido fieles confiando en su fidelidad. No me imagino a Noé construyendo un arca durante decenas de años si no hubiera estado confiado en la fidelidad de Dios.
Recuerdo ahora mismo la parábola del hijo pródigo, la fidelidad del padre amoroso y sus brazos abiertos al perdón de la miseria humana. El hijo confesó su pecado, se humilló sinceramente y el padre le pudo vestiduras nuevas de perdón restaurando un pasado de soberbia, orgullo y rebelión. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Jn 1:9).
El evangelio es esperanza, primero para los que no conocen a Cristo, pero también lo es para el cristiano. Cuando Cristo nos llama a permanecer firmes y vivir la fe, nos está llamando a que descansemos en su fidelidad, sin temor, con valentía, aun cuando nuestra fe no siempre satisfaga sus expectativas. Él nos conoce, sabe de nuestras cojeras espirituales, pero se goza en recordarnos su pacto de gracia. “Pero entonces, si a algunos les faltó la fe, ¿acaso su falta de fe anula la fidelidad de Dios?  Manténganse alerta; permanezcan firmes en la fe; sean valientes y fuertes”. Ro 3.3 (NVI).
No hay mayor prueba de la fidelidad de Dios que el habernos revelado a su hijo Jesucristo, imagen fiel del Padre, razón y fundamento para proponernos crecer cada día en la fidelidad hacia Él.

Dios usa tu fe, no tu perfección (Pastor Roberto Miranda)

Dios se vale de la fe de gente imperfecta para llevar a cabo sus milagros. No tenemos que ser gigantes espirituales para ver la gloria de Dios en nuestra vida. No estoy diciendo que la excelencia espiritual no sea importante. Lejos esté de mí sugerir que tenemos que conformarnos con la mediocridad espiritual y excusar nuestros defectos persistentes con el reclamo barato de que “Dios conoce mis debilidades, y es misericordioso”. Es importante siempre ir hacia lo mejor. Tenemos que esforzarnos cada día por ser más agradables al Señor, y someternos a un continuo proceso de santificación. Es importante buscar crecer cada día más y más. Pero a veces caemos en la trampa de creer: “Tengo que ser un gran hombre o mujer, un misionero destacado, un genio espiritual, para que Dios se mueva poderosamente en mi vida”.
A Dios le encanta moverse a través de gente común y corriente, gente con pies de barro, gente que está  todavía peleando sus batallas y que está en proceso de mejoramiento. Quién de nosotros puede decir, “Yo estoy ya perfeccionado”. Si lo decimos, ya estamos cometiendo el primer pecado: ¡Estamos mintiendo! Espiritualmente hablando, todos estamos a medio cocer; pero Dios, en su misericordia, usa nuestra fe para romper barreras.
Recuerda: No tienes que ser un gigante espiritual. Podrás ser una persona con luchas y ataduras emocionales, con inconsistencias, y estar muy en proceso, pero Dios puede usar tu fe para romper las barreras. La bendición de Dios es para todo aquel que cree (Ro 1:16), no necesariamente para todo aquel que es perfecto. ¡Siempre recuerda esto!
Moisés, Abraham, Jacob, Sansón, Gedeón, David — esos grandes líderes espirituales que registra la Escritura— también era gente con pies de barro. Cometieron sus errores, violaron la ley de Dios en diversas situaciones; pero era gente que amaba al Señor. Amaban la palabra de Dios, creían en El, reconocían sus errores. Y eso hizo que vivieran a un nivel más alto de lo que normalmente hubiera permitido su imperfección. Permitió que a pesar de sus defectos la gracia y el poder de Dios corrieran abundantemente a través de sus vidas. Así que, recuerda: Dios usa tu fe, no tu perfección, para moverse en tu realidad.