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viernes, 1 de noviembre de 2013

Dios usa tu fe, no tu perfección (Pastor Roberto Miranda)

Dios se vale de la fe de gente imperfecta para llevar a cabo sus milagros. No tenemos que ser gigantes espirituales para ver la gloria de Dios en nuestra vida. No estoy diciendo que la excelencia espiritual no sea importante. Lejos esté de mí sugerir que tenemos que conformarnos con la mediocridad espiritual y excusar nuestros defectos persistentes con el reclamo barato de que “Dios conoce mis debilidades, y es misericordioso”. Es importante siempre ir hacia lo mejor. Tenemos que esforzarnos cada día por ser más agradables al Señor, y someternos a un continuo proceso de santificación. Es importante buscar crecer cada día más y más. Pero a veces caemos en la trampa de creer: “Tengo que ser un gran hombre o mujer, un misionero destacado, un genio espiritual, para que Dios se mueva poderosamente en mi vida”.
A Dios le encanta moverse a través de gente común y corriente, gente con pies de barro, gente que está  todavía peleando sus batallas y que está en proceso de mejoramiento. Quién de nosotros puede decir, “Yo estoy ya perfeccionado”. Si lo decimos, ya estamos cometiendo el primer pecado: ¡Estamos mintiendo! Espiritualmente hablando, todos estamos a medio cocer; pero Dios, en su misericordia, usa nuestra fe para romper barreras.
Recuerda: No tienes que ser un gigante espiritual. Podrás ser una persona con luchas y ataduras emocionales, con inconsistencias, y estar muy en proceso, pero Dios puede usar tu fe para romper las barreras. La bendición de Dios es para todo aquel que cree (Ro 1:16), no necesariamente para todo aquel que es perfecto. ¡Siempre recuerda esto!
Moisés, Abraham, Jacob, Sansón, Gedeón, David — esos grandes líderes espirituales que registra la Escritura— también era gente con pies de barro. Cometieron sus errores, violaron la ley de Dios en diversas situaciones; pero era gente que amaba al Señor. Amaban la palabra de Dios, creían en El, reconocían sus errores. Y eso hizo que vivieran a un nivel más alto de lo que normalmente hubiera permitido su imperfección. Permitió que a pesar de sus defectos la gracia y el poder de Dios corrieran abundantemente a través de sus vidas. Así que, recuerda: Dios usa tu fe, no tu perfección, para moverse en tu realidad.

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